Una vez más, ha quedado patente la impotencia de los equipos españoles ante los italianos. Dicen que Mourinho tuvo el mérito de plantear muy bien el partido. No es cierto. Mourinho sólo puso la actuación, el histrionismo, la munición parafutbolística. El resto fue mérito del equipo. El catenaccio es la marca de identidad, la denominación de origen del fútbol italiano, su gen más característico, que pasa sin mutación alguna de una generación a otra, aunque la mayor parte del equipo sea de origen foráneo. Da igual que se le enfrente el Barça, el Madrid o la Selección: cualquiera de ellos, estando en el banquillo contrario Mourinho, Lippi, Capelo o Sacchi, chocará siempre contra el mismo muro impenetrable y finalmente, a la hora de la verdad, caerá.
Y lo peor es que no cabe ningún consuelo. No sólo el Inter fue superior al Barça porque consiguió tres goles y su oponente sólo dos, sino que el Barça dio en los dos partidos una paupérrima imagen, la de un equipo sin fe, lento, espeso, agarrotado, previsible, pánfilo. No vale, por tanto, decir que esto es un juego donde unas veces ganan unos y otras otros. Si el Barça volviera a enfrentarse en la final al Inter, volvería a caer, porque para la defensa impermeable de los equipos italianos no tiene un plan B. Y, desde luego, en ese plan B no tienen cabida colosos con pies de barro como Ibrahimovich o patosos groguis como Keita.
Al Barça sólo le queda la Liga, que para mí está más difícil aún, y en el caso de conseguirla, ni siquiera es un consuelo, porque sin Europa sabe amarga.
Por supuesto, seguir hablando de arbitrajes a estas alturas sólo contribuye a hacer más penosa y patética la derrota.
jueves, 29 de abril de 2010
miércoles, 28 de abril de 2010
AQUÍ NO VALE TODO
Ayer me preguntaron por enésima vez cómo podía pasar tan alegremente de algo tan "elevado" como la literatura a una cosa tan "vulgar" como el fútbol. Siempre me había ahorrado la respuesta, porque no hubiera sido precisamente breve, así que me he decidido a dejarla por escrito para la próxima vez que me pregunten.
El fútbol me gusta precisamente por lo contrario de lo que suelen decir de él: porque no es sólo un juego. Si sólo fuera eso, tendría el mismo éxito que una partida de petanca o de chapas.
No existe otro espectáculo que reúna una o dos veces cada semana en una sola ciudad a más de ochenta mil personas o que siente frente a la tele simultáneamente a cientos de millones de espectadores. Cierto es que otro tipo de espectáculos decadentes como Eurovisión y demás telebasura también congregan a las masas, pero en mi opinión lo consiguen por ese apetito por lo grotesco que con más o menos disimulo anida en todos nosotros: no conozco a nadie que no se corte a la hora de comentar, en un ambiente de cierto nivel, la actuación de este cantante moña o el argumento de aquella telenovela plasta.
Sin embargo, cuando se trata de fútbol, hay como cierto asentimiento tácito de que estamos ante una actividad de cierto fuste. Dentro del terreno de juego, las frivolidades que en los sectores rosas de la población rodeaban a ciertos jugadores y entrenadores mediáticos terminan dejando paso a los rostros tensos y concentrados, a las miradas intimidatorias, al rotulador sobre la libreta, al cálculo, a la inteligencia. Es exactamente el mismo ritual que hasta hace unas décadas precedía a las batallas.
El fútbol ha venido a sustituir a la guerra y, si alguien cree que exagero, que eche un vistazo a toda su fraseología: preparativos, enfrentamiento, lucha, ataque, defensa, armas, contrario, disparo, lanzamiento, barrera, obús, cañonazo, estrategia, táctica, destrucción, victoria, derrota, baja, perdón, salvación. Cualquiera puede pensar que son palabras, nada más, y que los redobles de tambor que escuchamos en las sintonías deportivas son sólo una evocación jocosa del cine épico. Yo prefiero pensar que el lenguaje siempre nos delata, que la música enardece igual que amansa y que estas caras son las mismas que pone el gorila que defiende su territorio o el soldado que se apunta un tanto:
Pero no ha venido a sustituirla como hicieron y hacen otras clases de espectáculos. Antaño, cuando la guerra faltaba, ese vacío se llenaba echando al prójimo a los leones o achicharrándolo en la Plaza Mayor, y todavía hoy mucha gente aburrida se entretiene viendo cómo dos gallos se desgarran a picotazos o unos tipos con trajes ceñidos acribillan a un toro hasta la muerte. Pero afortunadamente, la mayoría de los humanos nos hemos vuelto lo suficientemente civilizados como para descargar adrenalina sin necesidad de recurrir al derramamiento de sangre. Y la descarga es necesaria, si no quieres convertir tu vida en una especie de sándwich de pepino.
El fútbol, como la guerra, pone a prueba la capacidad de superación del hombre, llevándolo al límite de su resistencia física, haciéndole añicos músculos, cartílagos y huesos. Pero, a diferencia de lo que sucede en la guerra, aquí no vale todo. Existen unas reglas que cumplir, que ambos bandos se comprometen a acatar: vencerá aquél que consiga introducir más veces el balón entre los tres palos de la portería contraria, recurriendo a todas las armas de que disponga (pase, triangulación, entrada por banda, salto, amago, quiebro, regate, bicicleta, remate, disparo de lejos, vaselina, chilena, ruleta, taconazo, presión, robo, posesión prolongada, contraataque), quedando prohibido el toque del balón con las manos excepto para el portero y los saques de banda, así como los agarrones, las zancadillas, las patadas, los codazos y otras acciones violentas; el jugador que opte por incurrir en estas transgresiones puede ser penalizado con una advertencia y, a la segunda, debe abandonar el terreno de juego, dejando a su equipo en inferioridad numérica.
Al final, el equipo que haya conseguido aquel único objetivo, habrá acreditado ser el mejor. En un mundo en el que la mayoría de la gente aspira como máximo a competir por ver quién bebe más o se desparrama más horas en el sofá para ver cómodas mentiras en la caja tonta mientras se atiborra de chocolate; en un mundo en el que los aprobados se regalan a mansalva, sobre todo en las rebajas de junio, incluso a los alumnos que apenas han asomado la cabeza por el aula, ya que los angelitos estaban demasiado ocupados haciendo nada; en un mundo en el que se mira como a un bicho raro al que pone ilusión, cumple y se esfuerza, mientras se mima ñoñamente al que gime, hace trampa y zanganea; en un mundo, en fin, donde la ley del mínimo esfuerzo, el qué más da y el como sea se han convertido en sacramentos, ¿existe algo más noble y loable que el fútbol?
El fútbol me gusta precisamente por lo contrario de lo que suelen decir de él: porque no es sólo un juego. Si sólo fuera eso, tendría el mismo éxito que una partida de petanca o de chapas.
No existe otro espectáculo que reúna una o dos veces cada semana en una sola ciudad a más de ochenta mil personas o que siente frente a la tele simultáneamente a cientos de millones de espectadores. Cierto es que otro tipo de espectáculos decadentes como Eurovisión y demás telebasura también congregan a las masas, pero en mi opinión lo consiguen por ese apetito por lo grotesco que con más o menos disimulo anida en todos nosotros: no conozco a nadie que no se corte a la hora de comentar, en un ambiente de cierto nivel, la actuación de este cantante moña o el argumento de aquella telenovela plasta.
El fútbol ha venido a sustituir a la guerra y, si alguien cree que exagero, que eche un vistazo a toda su fraseología: preparativos, enfrentamiento, lucha, ataque, defensa, armas, contrario, disparo, lanzamiento, barrera, obús, cañonazo, estrategia, táctica, destrucción, victoria, derrota, baja, perdón, salvación. Cualquiera puede pensar que son palabras, nada más, y que los redobles de tambor que escuchamos en las sintonías deportivas son sólo una evocación jocosa del cine épico. Yo prefiero pensar que el lenguaje siempre nos delata, que la música enardece igual que amansa y que estas caras son las mismas que pone el gorila que defiende su territorio o el soldado que se apunta un tanto:
Pero no ha venido a sustituirla como hicieron y hacen otras clases de espectáculos. Antaño, cuando la guerra faltaba, ese vacío se llenaba echando al prójimo a los leones o achicharrándolo en la Plaza Mayor, y todavía hoy mucha gente aburrida se entretiene viendo cómo dos gallos se desgarran a picotazos o unos tipos con trajes ceñidos acribillan a un toro hasta la muerte. Pero afortunadamente, la mayoría de los humanos nos hemos vuelto lo suficientemente civilizados como para descargar adrenalina sin necesidad de recurrir al derramamiento de sangre. Y la descarga es necesaria, si no quieres convertir tu vida en una especie de sándwich de pepino.
El fútbol, como la guerra, pone a prueba la capacidad de superación del hombre, llevándolo al límite de su resistencia física, haciéndole añicos músculos, cartílagos y huesos. Pero, a diferencia de lo que sucede en la guerra, aquí no vale todo. Existen unas reglas que cumplir, que ambos bandos se comprometen a acatar: vencerá aquél que consiga introducir más veces el balón entre los tres palos de la portería contraria, recurriendo a todas las armas de que disponga (pase, triangulación, entrada por banda, salto, amago, quiebro, regate, bicicleta, remate, disparo de lejos, vaselina, chilena, ruleta, taconazo, presión, robo, posesión prolongada, contraataque), quedando prohibido el toque del balón con las manos excepto para el portero y los saques de banda, así como los agarrones, las zancadillas, las patadas, los codazos y otras acciones violentas; el jugador que opte por incurrir en estas transgresiones puede ser penalizado con una advertencia y, a la segunda, debe abandonar el terreno de juego, dejando a su equipo en inferioridad numérica.
Al final, el equipo que haya conseguido aquel único objetivo, habrá acreditado ser el mejor. En un mundo en el que la mayoría de la gente aspira como máximo a competir por ver quién bebe más o se desparrama más horas en el sofá para ver cómodas mentiras en la caja tonta mientras se atiborra de chocolate; en un mundo en el que los aprobados se regalan a mansalva, sobre todo en las rebajas de junio, incluso a los alumnos que apenas han asomado la cabeza por el aula, ya que los angelitos estaban demasiado ocupados haciendo nada; en un mundo en el que se mira como a un bicho raro al que pone ilusión, cumple y se esfuerza, mientras se mima ñoñamente al que gime, hace trampa y zanganea; en un mundo, en fin, donde la ley del mínimo esfuerzo, el qué más da y el como sea se han convertido en sacramentos, ¿existe algo más noble y loable que el fútbol?
domingo, 25 de abril de 2010
EL TEMA DE LOS TEMAS
¿Os habéis dado cuenta? ¿De qué van en el fondo casi todas las obras literarias, casi todas las canciones, casi todas las películas?
"Agridulce inexorable", palabras con las que Safo inicia el tema de los temas, el tópico literario del Amor. Αnticipo del montaje que me propongo realizar y subir el próximo otoño. Antes necesito recorrerme Grecia, Nápoles, Pompeya, Roma, Florencia, Munich, el Louvre, Londres y la Walker Art Gallery de Liverpool. Si no, no queda bien.
"Agridulce inexorable", palabras con las que Safo inicia el tema de los temas, el tópico literario del Amor. Αnticipo del montaje que me propongo realizar y subir el próximo otoño. Antes necesito recorrerme Grecia, Nápoles, Pompeya, Roma, Florencia, Munich, el Louvre, Londres y la Walker Art Gallery de Liverpool. Si no, no queda bien.
viernes, 23 de abril de 2010
OBJETIVOS AMBICIOSOS
Noticia para quienes todavía creen que en el sistema educativo se persiguen objetivos que vayan más allá de "en el mejor de los casos, saber leer y escribir (más o menos bien)":
Los alumnos deben saber expresarse bien en castellano al acabar la ESOLo más divertido es que esto es aplicable también al Bachillerato.
jueves, 22 de abril de 2010
miércoles, 21 de abril de 2010
lunes, 19 de abril de 2010
jueves, 15 de abril de 2010
ESTELA DE MNESÁGORA
Atenas, Museo Arqueológico Nacional, IG II² 12147, finales del siglo V a. C.
μνῆμα Μνησαγόρας καὶ Νικοχάρος τόδε κεῖται.
αὐτὼ δὲ οὐ πάρα δεῖξαι· ἀφέ|λετο δαίμονος αἶσα
πατρὶ φίλωι καὶ μητρὶ λιπόντε ἀμφοῖμ μέγα πένθος,
ὅνεκα ἀποφθιμένω βήτην δόμον Ἀίδος ἔσω.
"Aquí se encuentra la tumba de Mneságora y Nicócares.
Ellos mismos no pueden ser mostrados. El hado de un espíritu se los llevó, dejando a su padre y a su madre un gran dolor,
porque, habiendo perecido, marcharon a la morada de Hades."
LA ACATO
¿Habéis oído a esos tertulianos y políticos decir, cada vez que se da a conocer una sentencia con la que no comulgan, cosas del tipo "la acato"? Lo triste y divertido no es tanto que afirmen algo que se da por sentado (¿acaso pueden no acatarla?), sino que con esas palabras pronunciadas con las mandíbulas tensas y llenas de impotencia dan a entender que, si en sus manos estuviera, removerían hasta los cimientos de la democracia para hacer prevalecer la sentencia, lega y sin valor, que ellos, cual jueces de pacotilla, se atreven a dictaminar.
lunes, 12 de abril de 2010
domingo, 11 de abril de 2010
EL CÓDIGO DA VINCI
Grandilocuente amasijo de chuminadas críptico-cabalísticas y topicazos psico-sociales, todavía más intrascendente y soporífero de lo que esperaba. Ya me extrañaba a mí que tantas personas conocidas personalmente por mí, que a duras penas sabían leer, devoraran el libro con tanta ansia. No sé si son más tontos quienes se tragan toda esa sarta de patrañas conocida como Cristianismo o un escritor con un auténtico trastorno obsesivo-compulsivo por los anagramas y los cálculos topográficos, convencido de que la combinación de una cajita con cierto parecido a un cubo de rubik podría dar al traste con dos milenios de camelos aceptados por millones de personas dispuestas a tragarse cualquier cagarruta, por muy inverosímil y boba que ésta sea.
lunes, 5 de abril de 2010
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