No sé si es un fondo simbólico o alegórico lo que tiene la mitología griega, o su ilimitada crudeza, que no deja lugar para la censura, pero de lo que no cabe la menor duda es del inmenso poder que ejerce en los jóvenes, sin distinción de edad o inclinaciones académicas.
Esta mañana he vivido uno de esos momentos inolvidables en la vida de un profesor. Era una clase de Lengua castellana y Literatura de 2º de la ESO. Cuando acabamos de corregir unos ejercicios de análisis morfológico, algunos alumnos me pidieron que les contara "una historia", "una leyenda". No dudé en elegir la del personaje que da nombre a este blog, un mito que lo tiene todo: amor, incesto, princesa, pretendientes, competición, engaños, maldiciones... y muertes. Tal como esperaba, conforme avanzaba el relato, no tuve que mandar callar a ninguno de ellos. Durante mis breves pausas, no se oía una mosca: sus ojos no perdían de vista los míos y viceversa, y en sus aniñados rostros, tensos, crédulos, ávidos de curiosidad, se adivinaba una incontenible impaciencia por descubrir el final de la historia. Y no sólo eso, porque faltando menos de diez minutos para el final de la clase, cuando me oyeron decir que no daba tiempo a contar la continuación de las maldiciones de Enómao y Mírtilo en Pélope y luego Layo, me pidieron, me suplicaron con denodada insistencia, que prosiguiera. Lo he vivido muchas veces con otros grupos y edades, pero lo de hoy ha sido especialmente intenso.
Esto, es decir, que el alumno por fin se libere del chip escuela = muermo, fin de la clase = fin de la conexión, sólo ocurre con la mitología griega, que yo sepa. Y hay que aprovecharlo.