Esta mañana he llevado a cabo con unos alumnos de 2º de la ESO una actividad extraescolar en la que las tres partes hemos quedado agradecidas: por un lado, Inocencio, la persona visitada en la actividad; por otro, yo, que sufría pensando en la cantidad de tiempo que él llevaba sin recibir visitas; y los alumnos participantes en la actividad, que no sólo se han librado del aula durante unas horas, sino que además se lo han pasado bien bromeando con Inocencio y comiendo pizza.
Ellos aún no pueden ser conscientes de la enorme infusión de energía que con su juventud y alegría nos han regalado a Inocencio y a mí.
Si algún día, cuando seáis mayores, vais a parar a esta página, lo comprenderéis. Gracias.
martes, 10 de abril de 2012
jueves, 5 de abril de 2012
EL CREPÚSCULO DE LOS DIOSES
Ayer, por consejo de mi amigo y mentor en cuestiones cinematográficas Ángel, me decidí a sacar de la Biblioteca Ruiz Egea de Cuatro Caminos El crepúsculo de los dioses (Sunset Boulevard), de Billy Wilder. Después de haber degustado dos obras maestras como La Dama de Shanghai y El Ángel Azul, se me antojaba difícil encontrar algo que superara el listón.
No sé si lo superará, ni si -como se suele decir- será la mejor película que hasta ahora se haya hecho. Lo que sí sé es que va a ser una de mis diez favoritas. Inteligente, sutil, mordaz, incómoda, audaz, dura, cruel, despiadada, desoladora, distinta, perfecta.
Perfectamente ensambladas las historias y miserias de todos los personajes, incluido el propio Hollywood, que discurren paralelos: el guionista en apuros dispuesto a venderse por conservar las apariencias; la actriz insoportablemente engreída y aferrada a su juventud, que se niega a aceptar el declive físico y profesional; la productora que trata de quitársela de encima a cualquier precio; y el público estratificado en edades, las más antiguas que aún recuerdan con lástima a la vieja gloria, y las más jóvenes, que ignoran por completo el pasado reciente.
Me veo incapaz de elegir, de entre todas las metáforas e imágenes que desfilan de principio a fin a lo largo de la película, la más acertada, la más brillante o la más conmovedora: ¿la enorme mansión aislada del mundo exterior, el mundo real que prosigue su marcha, y por ello abandonada precisamente en las zonas que guardan contacto con él (el jardín, la piscina, el garaje)? ¿Su interior, cuidado hasta el más mínimo detalle con el fin de preservar el ambiente de los felices 20, resistiéndose al paso del tiempo con tanta terquedad como pésimo sentido del humor? ¿Los amigos de la actriz olvidada, auténticas "estatuas de cera", mudas como en el cine que las hizo triunfar, que contrastan agudamente con las risas y la alegría del presente, totalmente ajeno a ese mundo siniestro?
¿O tal vez la tristísima sumisión del primer marido abandonado por la diva presuntuosa y ahora convertido en criado, chófer y redactor de cartas falsas?
Quizás la estremecedora escena final, en la que la mujer que se había visto condenada al peor de los infiernos, la vejez y el desdén del público, logra ver por fin cumplido su sueño de mostrar a las cámaras su maltrecho rostro. Sólo de pensar en cómo lo consigue y de recordar el final de las otras dos películas que he mencionado, se me ponen los pelos de punta.
No sé si lo superará, ni si -como se suele decir- será la mejor película que hasta ahora se haya hecho. Lo que sí sé es que va a ser una de mis diez favoritas. Inteligente, sutil, mordaz, incómoda, audaz, dura, cruel, despiadada, desoladora, distinta, perfecta.
Perfectamente ensambladas las historias y miserias de todos los personajes, incluido el propio Hollywood, que discurren paralelos: el guionista en apuros dispuesto a venderse por conservar las apariencias; la actriz insoportablemente engreída y aferrada a su juventud, que se niega a aceptar el declive físico y profesional; la productora que trata de quitársela de encima a cualquier precio; y el público estratificado en edades, las más antiguas que aún recuerdan con lástima a la vieja gloria, y las más jóvenes, que ignoran por completo el pasado reciente.
Me veo incapaz de elegir, de entre todas las metáforas e imágenes que desfilan de principio a fin a lo largo de la película, la más acertada, la más brillante o la más conmovedora: ¿la enorme mansión aislada del mundo exterior, el mundo real que prosigue su marcha, y por ello abandonada precisamente en las zonas que guardan contacto con él (el jardín, la piscina, el garaje)? ¿Su interior, cuidado hasta el más mínimo detalle con el fin de preservar el ambiente de los felices 20, resistiéndose al paso del tiempo con tanta terquedad como pésimo sentido del humor? ¿Los amigos de la actriz olvidada, auténticas "estatuas de cera", mudas como en el cine que las hizo triunfar, que contrastan agudamente con las risas y la alegría del presente, totalmente ajeno a ese mundo siniestro?
¿O tal vez la tristísima sumisión del primer marido abandonado por la diva presuntuosa y ahora convertido en criado, chófer y redactor de cartas falsas?
Quizás la estremecedora escena final, en la que la mujer que se había visto condenada al peor de los infiernos, la vejez y el desdén del público, logra ver por fin cumplido su sueño de mostrar a las cámaras su maltrecho rostro. Sólo de pensar en cómo lo consigue y de recordar el final de las otras dos películas que he mencionado, se me ponen los pelos de punta.
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