martes, 13 de noviembre de 2012

viernes, 26 de octubre de 2012

viernes, 12 de octubre de 2012

EL MITO DE PÉLOPE EN GRIEGO

Apolodoro, Biblioteca, Epítome 3.2-9

Pélope                                                           

jueves, 11 de octubre de 2012

EL MITO DE ANFIÓN Y ZETO EN GRIEGO

Apolodoro, Biblioteca 3.5.5

Anfión y Zeto                                                           

sábado, 6 de octubre de 2012

domingo, 9 de septiembre de 2012

¿CÓMO SE VEÍAN LOS ANTIGUOS?

Espejo etrusco de bronce del siglo IV ó III a. C. Hice esta fotografía en agosto del 2010 en el Museo Británico:


miércoles, 15 de agosto de 2012

ORIGEN BIOLÓGICO DE LAS CREENCIAS

En varias ocasiones, al desarrollar ante mis alumnos el tema de las Creencias en el mundo grecorromano, les invité a pensar lo siguiente: "Si las creencias en prodigios, premoniciones, castigos divinos o fantasmas están tan arraigadas en nuestras mentes, si la convicción de que todo tiene un significado lucha tan denodadamente contra la razón y lo que nos demuestra la Ciencia, ¿no será porque esa actitud va escrita en nuestro código genético y no podemos librarnos de ella como no podemos evitar, por ejemplo, la sensación de vértigo?


Hoy he leído esto:

La forma de funcionar de nuestra percepción, nuestra memoria, nuestros mecanismos básicos de razonamiento y toma de decisiones tienen su origen y explicación en que alguna vez fueron útiles para la supervivencia de nuestros antepasados (y su éxito reproductivo). Partiendo de esta base, parece lógico que para esos primeros Homo sapiens fuese esencial establecer relaciones de causa-efecto entre los sucesos del medio. Por ejemplo, si un individuo veía unas manchas amarillas a lo lejos entre la espesura de la selva, le resultaría muy útil pensar que podía ser un tigre (por tanto, establecer una relación entre mancha amarilla y tigre) y así dar lugar a una conducta que le permitiera ponerse a salvo. Es muy posible que en muchas ocasiones se equivocara, pero ¿no crees que esas equivocaciones valían la pena, teniendo en cuenta lo que se jugaba? Pues ese afán de establecer relaciones causales entre fenómenos, incluso donde no existen, está muy enraizado en nuestro cerebro precisamente por su utilidad adaptativa. Y tiene que ver con una propiedad aún más general: nuestro cerebro es un buscador constante de patrones significativos, pautas, conexiones entre eventos, relaciones significativas entre sucesos que nos rodean. No soportamos demasiado la ambigüedad, tenemos que darle significado al mundo que nos rodea aunque muchas veces no lo tenga, precisamente porque esto fue y es adaptativo.


Continuamente, y de forma automática e inconsciente (y probablemente biológica), nuestro sistema cognitivo se empeña en establecer conexiones entre fenómenos. La investigación psicológica así lo ha demostrado fehacientemente. Un ejemplo en el caso de la percepción es el fenómeno de la pareidolia, que consiste en que no podemos evitar que nuestro cerebro se empeñe de forma automática en dar significado a estímulos ambiguos. Hay muchos ejemplos: cuando vemos formas concretas en nubes o montañas, cuando nuestro cerebro convierte manchas de pintura o humedad en caras (por ejemplo, algunas de las de Bélmez), cuando oímos mensajes lingüísticos en ruidos sin sentido (supestas psicofonías), [...]

 


Esta tendencia de nuestro cerebro a establecer conexiones y patrones significativos nos puede llevar a veces a tomar decisiones erróneas o a razonar equivocadamente. Y también produce otro efecto colateral: que seamos tan malos al calcular estadísticas y probabilidades. Hace, sobre todo, que seamos tan pésimos al valorar aquellas cosas que pasan por casualidad o por pura coincidencia. Somos tan imperfectos evaluando las probabilidades de que las cosas ocurran por casualidad, por coincidencia o por azar, que muchas personas ni siquiera creen en esos conceptos. En muchísimas ocasiones me he encontrado con creyentes en lo paranormal o con pensadores New Age que afirman tajantemente que las casualidades no existen. El concepto de destino, de que las cosas no pasan porque sí, está también muy enraizado en las distintas religiones y sistemas de creencias. Para los creyentes anti-azar, todo está conectado en una especie de universo lleno de relaciones de causas y efectos.


Me parece que lo que ocurre es justamente lo contrario: en cada segundo están pasando billones de hechos al mismo tiempo por pura casualidad. Por ejemplo, mientras escribo esta frase, escucho un coche que trata de aparcar mientras suena el teléfono. Estos tres sucesos, ¿están conectados entre sí, existe alguna relación entre ellos? Seguramente, no. Por tanto, es casual que se hayan producido al mismo tiempo. Pero cuando existe alguna relación o parecido, del tipo que sea, entre sucesos que ocurren al mismo tiempo, entonces nuestro cerebro nos lleva compulsivamente a establecer una conexión causal entre ellos.

Por ejemplo, si en un momento dado estás pensando en una amiga -llamémosla Pepa-, y justo en ese momento alguien te llama para comunicarte que Pepa ha tenido un accidente, tu conclusión inmediata será: "He tenido una premonición!" Enseguida establecerás una relación causal entre ambos sucesos, aunque, si lo piensas bien, lo más probable es que fuera una casualidad. Muchas veces habrás pensado en Pepa a lo largo de tu vida, pero como no sucedió nada que te llevara a establecer una conexión con algo que tu cerebro pueda relacionar, tu memoria ni siquiera lo registró. Por ejemplo, no creo que se te ocurriera pensar algo así: "¡Increíble, estaba pensando en Pepa y justo en ese momento empezó en la tele una película de vaqueros!"


CARLOS J. ÁLVAREZ, La parapsicología, ¡vaya timo!, Editorial Laetoli, Pamplona, 2007, 
págs. 73-74

CREENCIAS

sábado, 30 de junio de 2012

martes, 10 de abril de 2012

AGRADECIDOS

Esta mañana he llevado a cabo con unos alumnos de 2º de la ESO una actividad extraescolar en la que las tres partes hemos quedado agradecidas: por un lado, Inocencio, la persona visitada en la actividad; por otro, yo, que sufría pensando en la cantidad de tiempo que él llevaba sin recibir visitas; y los alumnos participantes en la actividad, que no sólo se han librado del aula durante unas horas, sino que además se lo han pasado bien bromeando con Inocencio y comiendo pizza.





Ellos aún no pueden ser conscientes de la enorme infusión de energía que con su juventud y alegría nos han regalado a Inocencio y a mí.

Si algún día, cuando seáis mayores, vais a parar a esta página, lo comprenderéis. Gracias.

jueves, 5 de abril de 2012

EL CREPÚSCULO DE LOS DIOSES

Ayer, por consejo de mi amigo y mentor en cuestiones cinematográficas Ángel, me decidí a sacar de la Biblioteca Ruiz Egea de Cuatro Caminos El crepúsculo de los dioses (Sunset Boulevard), de Billy Wilder. Después de haber degustado dos obras maestras como La Dama de Shanghai y El Ángel Azul, se me antojaba difícil encontrar algo que superara el listón.



No sé si lo superará, ni si -como se suele decir- será la mejor película que hasta ahora se haya hecho. Lo que sí sé es que va a ser una de mis diez favoritas. Inteligente, sutil, mordaz, incómoda, audaz, dura, cruel, despiadada, desoladora, distinta, perfecta.


Perfectamente ensambladas las historias y miserias de todos los personajes, incluido el propio Hollywood, que discurren paralelos: el guionista en apuros dispuesto a venderse por conservar las apariencias; la actriz insoportablemente engreída y aferrada a su juventud, que se niega a aceptar el declive físico y profesional; la productora que trata de quitársela de encima a cualquier precio; y el público estratificado en edades, las más antiguas que aún recuerdan con lástima a la vieja gloria, y las más jóvenes, que ignoran por completo el pasado reciente.


Me veo incapaz de elegir, de entre todas las metáforas e imágenes que desfilan de principio a fin a lo largo de la película, la más acertada, la más brillante o la más conmovedora: ¿la enorme mansión aislada del mundo exterior, el mundo real que prosigue su marcha, y por ello abandonada precisamente en las zonas que guardan contacto con él (el jardín, la piscina, el garaje)? ¿Su interior, cuidado hasta el más mínimo detalle con el fin de preservar el ambiente de los felices 20, resistiéndose al paso del tiempo con tanta terquedad como pésimo sentido del humor? ¿Los amigos de la actriz olvidada, auténticas "estatuas de cera", mudas como en el cine que las hizo triunfar, que contrastan agudamente con las risas y la alegría del presente, totalmente ajeno a ese mundo siniestro?



¿O tal vez la tristísima sumisión del primer marido abandonado por la diva presuntuosa y ahora convertido en criado, chófer y redactor de cartas falsas?


Quizás la estremecedora escena final, en la que la mujer que se había visto condenada al peor de los infiernos, la vejez y el desdén del público, logra ver por fin cumplido su sueño de mostrar a las cámaras su maltrecho rostro. Sólo de pensar en cómo lo consigue y de recordar el final de las otras dos películas que he mencionado, se me ponen los pelos de punta.