miércoles, 15 de agosto de 2012

ORIGEN BIOLÓGICO DE LAS CREENCIAS

En varias ocasiones, al desarrollar ante mis alumnos el tema de las Creencias en el mundo grecorromano, les invité a pensar lo siguiente: "Si las creencias en prodigios, premoniciones, castigos divinos o fantasmas están tan arraigadas en nuestras mentes, si la convicción de que todo tiene un significado lucha tan denodadamente contra la razón y lo que nos demuestra la Ciencia, ¿no será porque esa actitud va escrita en nuestro código genético y no podemos librarnos de ella como no podemos evitar, por ejemplo, la sensación de vértigo?


Hoy he leído esto:

La forma de funcionar de nuestra percepción, nuestra memoria, nuestros mecanismos básicos de razonamiento y toma de decisiones tienen su origen y explicación en que alguna vez fueron útiles para la supervivencia de nuestros antepasados (y su éxito reproductivo). Partiendo de esta base, parece lógico que para esos primeros Homo sapiens fuese esencial establecer relaciones de causa-efecto entre los sucesos del medio. Por ejemplo, si un individuo veía unas manchas amarillas a lo lejos entre la espesura de la selva, le resultaría muy útil pensar que podía ser un tigre (por tanto, establecer una relación entre mancha amarilla y tigre) y así dar lugar a una conducta que le permitiera ponerse a salvo. Es muy posible que en muchas ocasiones se equivocara, pero ¿no crees que esas equivocaciones valían la pena, teniendo en cuenta lo que se jugaba? Pues ese afán de establecer relaciones causales entre fenómenos, incluso donde no existen, está muy enraizado en nuestro cerebro precisamente por su utilidad adaptativa. Y tiene que ver con una propiedad aún más general: nuestro cerebro es un buscador constante de patrones significativos, pautas, conexiones entre eventos, relaciones significativas entre sucesos que nos rodean. No soportamos demasiado la ambigüedad, tenemos que darle significado al mundo que nos rodea aunque muchas veces no lo tenga, precisamente porque esto fue y es adaptativo.


Continuamente, y de forma automática e inconsciente (y probablemente biológica), nuestro sistema cognitivo se empeña en establecer conexiones entre fenómenos. La investigación psicológica así lo ha demostrado fehacientemente. Un ejemplo en el caso de la percepción es el fenómeno de la pareidolia, que consiste en que no podemos evitar que nuestro cerebro se empeñe de forma automática en dar significado a estímulos ambiguos. Hay muchos ejemplos: cuando vemos formas concretas en nubes o montañas, cuando nuestro cerebro convierte manchas de pintura o humedad en caras (por ejemplo, algunas de las de Bélmez), cuando oímos mensajes lingüísticos en ruidos sin sentido (supestas psicofonías), [...]

 


Esta tendencia de nuestro cerebro a establecer conexiones y patrones significativos nos puede llevar a veces a tomar decisiones erróneas o a razonar equivocadamente. Y también produce otro efecto colateral: que seamos tan malos al calcular estadísticas y probabilidades. Hace, sobre todo, que seamos tan pésimos al valorar aquellas cosas que pasan por casualidad o por pura coincidencia. Somos tan imperfectos evaluando las probabilidades de que las cosas ocurran por casualidad, por coincidencia o por azar, que muchas personas ni siquiera creen en esos conceptos. En muchísimas ocasiones me he encontrado con creyentes en lo paranormal o con pensadores New Age que afirman tajantemente que las casualidades no existen. El concepto de destino, de que las cosas no pasan porque sí, está también muy enraizado en las distintas religiones y sistemas de creencias. Para los creyentes anti-azar, todo está conectado en una especie de universo lleno de relaciones de causas y efectos.


Me parece que lo que ocurre es justamente lo contrario: en cada segundo están pasando billones de hechos al mismo tiempo por pura casualidad. Por ejemplo, mientras escribo esta frase, escucho un coche que trata de aparcar mientras suena el teléfono. Estos tres sucesos, ¿están conectados entre sí, existe alguna relación entre ellos? Seguramente, no. Por tanto, es casual que se hayan producido al mismo tiempo. Pero cuando existe alguna relación o parecido, del tipo que sea, entre sucesos que ocurren al mismo tiempo, entonces nuestro cerebro nos lleva compulsivamente a establecer una conexión causal entre ellos.

Por ejemplo, si en un momento dado estás pensando en una amiga -llamémosla Pepa-, y justo en ese momento alguien te llama para comunicarte que Pepa ha tenido un accidente, tu conclusión inmediata será: "He tenido una premonición!" Enseguida establecerás una relación causal entre ambos sucesos, aunque, si lo piensas bien, lo más probable es que fuera una casualidad. Muchas veces habrás pensado en Pepa a lo largo de tu vida, pero como no sucedió nada que te llevara a establecer una conexión con algo que tu cerebro pueda relacionar, tu memoria ni siquiera lo registró. Por ejemplo, no creo que se te ocurriera pensar algo así: "¡Increíble, estaba pensando en Pepa y justo en ese momento empezó en la tele una película de vaqueros!"


CARLOS J. ÁLVAREZ, La parapsicología, ¡vaya timo!, Editorial Laetoli, Pamplona, 2007, 
págs. 73-74

CREENCIAS