Estos días lloramos la pérdida de este grande millones de ibéricos (como a él le hubiera gustado que dijéramos). Pero sobre todo lo hacen los portugueses, y da igual que fueran ellos los que, a pesar de tenerse por república laica, lo condenaran prácticamente al ostracismo por la publicación de su "blasfemo" Evangelio según Jesucristo. Aquí lo que importa es que, llegada la hora de su muerte, todos quieren tenerlo consigo, degustarlo... ¡tenerlo a gala, vaya!
E importa que con esa novela rompió esquemas. Envolviéndose en la bandera de lo que algunos fachas querrían llamar "izquierda recalcitrante", este abuelo entrañable que todos hubiéramos deseado tener optó por trillar senderos insospechados: tomarla con el hombre más importante de la Historia, Jesús de Nazaret, y desposarlo con María Magdalena. Y no tolero que nadie pretenda ver aquí forzadas similitudes con la celebérrima obra de Dan Brown ni con otras creaciones que precedieron a ambas.
Y lo que cuenta, como no me cansaré de decir, es que se reconoce unánimemente su inquebrantable condición de hombre humanista, liberal, honesto... BUENO: no sólo dio su apoyo a la dictadura cubana, sino que además fue comprensivo con la izquierda abertzale. Es decir, un más que apetecible plato para nuestros paladares estalinistas. ¿Quién le iba a hacer ascos, eh?
En cambio, disiento de algunos panegiristas en lo de que su muerte era de esperar. No entro ya en la indiscutida convicción que anida en nuestros corazones, según la cual la Parca no alcanza jamás a los dioses; a lo que voy es a que nadie imaginaba que la leucemia crónica que devastaba sus sistemas sanguíneo y linfático pudiera postrar las energías de un (ahora lo sabemos) mortal que derrochó todo un legado de optimismo, gracejo, compromiso moral y, sobre todo, imparcialidad.
Aunque me considero un ateo místico y materialista como él, no puedo por menos que concluir mi loa fúnebre con este vítor: esté donde esté tu alma, amigo, ¡que descanse en paz!
Y lo que cuenta, como no me cansaré de decir, es que se reconoce unánimemente su inquebrantable condición de hombre humanista, liberal, honesto... BUENO: no sólo dio su apoyo a la dictadura cubana, sino que además fue comprensivo con la izquierda abertzale. Es decir, un más que apetecible plato para nuestros paladares estalinistas. ¿Quién le iba a hacer ascos, eh?
En cambio, disiento de algunos panegiristas en lo de que su muerte era de esperar. No entro ya en la indiscutida convicción que anida en nuestros corazones, según la cual la Parca no alcanza jamás a los dioses; a lo que voy es a que nadie imaginaba que la leucemia crónica que devastaba sus sistemas sanguíneo y linfático pudiera postrar las energías de un (ahora lo sabemos) mortal que derrochó todo un legado de optimismo, gracejo, compromiso moral y, sobre todo, imparcialidad.
Aunque me considero un ateo místico y materialista como él, no puedo por menos que concluir mi loa fúnebre con este vítor: esté donde esté tu alma, amigo, ¡que descanse en paz!
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